La Última Frontera: Pensar
“La inteligencia artificial no es el enemigo,
el verdadero peligro, es dejar de pensar por nosotros mismos”
— Garry Kasparov
La irrupción de la inteligencia artificial (IA) en el ámbito del pensamiento, no es solo una herramienta más, es básicamente un terremoto de dimensiones fuera de escala en el mundo actual, que está redefiniendo los cimientos mismos de la creatividad, la crítica y la autenticidad humana.
El desafío ya no reside únicamente en usar la IA, sino en aprender a pensar junto a ella, contra ella y a pesar de ella, lo cual exige enfrentar este reto, por medio de un profundo examen de las consecuencias, así como la articulación de propuestas reales, que nos permitan preservar, y sobre todo, potencializar lo humano en el acto de pensar.
En primer lugar, debemos comprender la naturaleza de limitarnos a delegar cualquier tipo de tareas, inclusive del conocimiento, la prescripción médica, el desarrollo de proyectos estratégicos, etc.
ATROFIA.
La IA, utiliza especialmente modelos de lenguaje extenso, pero “no piensa” en un sentido humano, simplemente opera mediante patrones estadísticos a través de conjunto de datos masivos.
Su resultado es una imitación supremamente eficaz del pensamiento, pero carente de consciencia, intencionalidad y experiencia vivida, por tanto, el riesgo principal, no es la rebelión de las máquinas, sino la mengua o parálisis voluntaria de nuestras facultades.
La comodidad de una respuesta inmediata y aparentemente bien estructurada puede sedarnos, inclusive llevándonos a un estado de “pereza cognitiva”, donde delegamos la síntesis de información, la argumentación compleja e incluso, la formulación de preguntas fundamentales.
Las consecuencias son profundas, desde una cultura plana, donde la originalidad se diluye en un océano de contenido especulativo, con una ciudadanía menos capaz de discernir, de sostener un debate riguroso, o de enfrentarse a problemas novedosos, para los que no existe una suficiente base de datos de guía.
Esta dependencia conlleva otra consecuencia sutil pero devastadora, la erosión de la autoría y la voz personal, ya que si un algoritmo (o método) puede generar un ensayo, un poema o un plan estratégico, ¿dónde queda la huella del razonamiento humano, con sus contradicciones, sus pasiones y su contexto único?
“El pensamiento no es solo el producto final, es el proceso de lucha, de error, de conocimiento, de juicio y crecimiento”— Alfonso A. González F.
Al delegar tareas en este proceso, nos arriesgamos a convertirnos en meros administradores de los resultados obtenidos a través de los algoritmos utilizados por la IA, perdiendo paulatinamente, la capacidad de forjar una perspectiva genuina y autónoma.
En la sociedad del rendimiento, la eficiencia amenaza con anular la reflexión, siendo la IA la culminación de esta lógica, ya que ofrece eficiencia pura, a cambio de la esencia del pensamiento.
PENSAR DIGNAMENTE.
Ante este panorama, las propuestas de acción deben ser tan concretas, como la amenaza que pudiera considerarse ligeramente abstracta, ya que no se trata de un movimiento como el ludismo, que rechaza la tecnología, sino una integración crítica y consciente.
El desafío de la IA no es tecnológico sino humano, lo que nos obliga a decidir qué clase de seres queremos ser, para ello la propuesta más real y radical, es elegir la dificultad del pensamiento propio, sobre la facilidad del pensamiento, o la delegación de toda clase de tareas.
La IA puede ser la herramienta más poderosa jamás creada para amplificar nuestra inteligencia, pero solo si la usamos desde una base de autonomía de conocimientos fortalecida.
Hemos de insistir en una Reforma Educativa Radical, no como un lujo, sino como una urgencia, debemos jubilar la memorización y poner al pensamiento crítico como materia troncal.
Que los estudiantes aprendan a interrogar a la IA, detectar sus delirios y contrastar respuestas con fuentes primarias y con su propio juicio, que para algo lo tienen.
Pensar sobre cómo pensamos debería ser obligatorio. Preguntas como “¿cómo llegué a esta conclusión?” o “¿qué alternativas descarté?” valen más que mil definiciones aprendidas de memoria.
La Ética y la Filosofía no pueden seguir en el rincón de las materias opcionales, son el GPS moral para navegar un mundo donde la IA responde, pero no razona. ¿Verdad? ¿Autoría? ¿Responsabilidad? Preguntas incómodas, sí, pero necesarias.
Los desarrolladores también tienen tarea, diseñar IA que incomode, que contradiga, que no se limite a decir “sí, señor”, la tecnología no es neutral, y tampoco debería ser complaciente.
Todo contenido generado por IA debe llevar su etiqueta de “Procedencia Digital”, que se sepa qué es humano y qué es algoritmo. Transparente e indeleble.
Defendamos espacios libres de algoritmos. Leer en papel, escribir a mano, debatir sin Google en la oreja, el pensamiento profundo necesita tiempo, silencio y aburrimiento, reivindiquemos la lentitud como virtud revolucionaria.
Gobiernos y organismos internacionales deben regular, auditar y poner límites, la IA no puede andar rampante, ni decidir en tribunales, parlamentos, redacciones, ni aulas, sin supervisión humana.
El futuro de la razón no está en los algoritmos, sino en nuestra obstinación por seguir preguntando, dudando, creando y comprendiendo.
Esa, y no otra, es la última frontera.
Corolario:
“Pensar no es un lujo, es resistencia”
- Fotografía en portada por Ian Battaglia a través de Unsplash.