“La energía y la persistencia conquistan todas las cosas”
— Benjamin Franklin,
En nuestro México de hoy, la máxima de un hombre que entendió el pulso del progreso resuena con un eco muy agudo y hasta amargo.
Se ha venido generalizando una gran falta de continuidad en el servicio eléctrico, lo que ha ocasionada malestares a todos los estratos de la sociedad, por ello es conveniente hacer una pausa para ver con mayor objetividad el asunto.
Es menester revisar, pero sobre todo aceptar tanto las causas como las probables estrategias pertinentes, que ayuden a solventar este molesto caos, que no es cosa menor, ni de los medios, ni “politiquería”
Ese motor civilizatorio llamado Energía, se revela para millones de compatriotas como una fuente inestable, con calidad cuestionable y un servicio similar al de un semáforo descompuesto.
APAGONES.
Los fallos en el suministro, la calidad y la constancia del servicio de energía eléctrica no son meros inconvenientes, son un lastre que frena el desarrollo nacional y menoscaba la vida diaria.
Las interrupciones no solo significan la molestia de cenar a la luz de las velas (¡qué romántico si fuera por gusto!), sino la parálisis de negocios, el daño a equipos electrónicos esenciales y, en casos críticos, el riesgo a la salud y la seguridad.
Las causas de este deterioro son una madeja de falta de inversión oportuna, la obsolescencia de la infraestructura de transmisión y distribución, y una gestión centralizada que prioriza intereses políticos sobre la eficiencia técnica.
Es un circuito vicioso, donde el control absoluto se traduce en una capacidad de respuesta limitada ante una demanda creciente.
Esperar la luz se ha convertido en el deporte nacional, superando al fútbol en drama, pues al menos en el estadio sabes cuándo termina el martirio.
CONTRACORRIENTE.
Pareciera que, en lugar de avanzar hacia un futuro con energía suficiente, limpia y eficiente, estamos inmersos en una precuela del siglo pasado, con la resistencia a integrar plenamente la inversión privada en la generación, transmisión y distribución, estrangulando las inyecciones de capital necesario para modernizar la red.
Es como intentar correr un maratón con zapatos de plomo, mientras que el resto del mundo compite con fibra de carbono.
Esta tozudez centralista tiene un tufo a nostalgia anacrónica, a ese “México de antaño” que era menos eficiente, pero que algunos prefieren manejar por decreto, haciendo que la joya de la corona, es decir, el ciudadano, quien paga las facturas de un mal servicio, sea el último en la lista de prioridades.
La gestión centralizada parece obsesionada con un monopolio disfuncional, defendiendo una soberanía eléctrica que, irónicamente, se traduce en apagones soberanos.
Pero aquí viene la parte curiosa: se presume un servicio de clase mundial, pero se desdeña el apoyo de quienes tienen el capital y la tecnología probada, y, ¡vaya ironía!, la de querer un futuro verde, ¡sin desembolsar el verde de los billetes!, queremos el progreso, pero preferimos tropezar con la misma piedra burocrática una y otra vez.
APERTURA.
El país tiene un compromiso ineludible con la transición energética, su crecimiento y desarrollo y la integración de energías limpias —solar, eólica y otras fuentes sostenibles— lo que de ninguna manera es un capricho ideológico, sino una necesidad económica y climática urgente.
Para lograrlo, es imprescindible que la generación, la transmisión y la distribución abran sus puertas de par en par al sector privado, no como un favor, sino como un socio estratégico con reglas claras y un marco regulatorio estable.
Esto garantizaría no solo el flujo de capital necesario para construir y mantener una red robusta, sino también la incorporación de tecnología de punta que eleve la calidad y la constancia del servicio.
La meta no es solo tener más energía, sino que sea limpia, estable y accesible, dejando muy claro que la exclusividad centralizada, ha demostrado sus límites. Es tiempo de descentralizar la responsabilidad, y cosechar los beneficios de una competencia virtuosa.
El impacto negativo de los fallos eléctricos se padece a diario, ocasionando pérdidas millonarias en la industria, cortes en hospitales y escuelas, y, sobre todo, la frustración de la ciudadanía.
La respuesta no puede ser un paliativo, debe ser estructural y disruptiva, enfocada en una visión de futuro, en donde la energía sea un habilitador de la vida y la economía, y no su principal obstáculo.
La estabilidad energética de México reside en lograr diligente, justa y de manera eficiente, la apertura transparente a la inversión privada, con énfasis en toda la cadena de valor, blindada por un marco regulatorio que promueva la competencia, y garantice el despliegue acelerado de tecnologías de energías limpias.
Corolario:
“Energía planificada para el desarrollo, garantiza la sustentabilidad”
- Fotografía en portada de Jez Timms a través de Unsplash.