Rendir cuentas hace confianza
“La rendición de cuentas es la medida de la altura de un líder”
– Bob Proctor.
En estos tiempos que nos transcurren, las redes sociales y conferencias diarias, parecen los medios suficientes para publicar o salir a informar, sin embargo, la ciudadanía exige algo más que palabras: exige rendición de cuentas.
La obligación legal de las autoridades de comunicar sus acciones es un pilar de las democracias modernas que, a través de diversos ordenamientos, exigen que la administración pública “informe” periódicamente sobre su gestión.
Empero, existe un abismo conceptual entre el mero acto de informar, y el verdadero compromiso de rendir cuentas, y confundirlos es craso error, siendo tan grave que, socava la esencia de un buen gobierno.
En la política contemporánea, informar se ha vuelto un acto trivial y rutinario, pues la utilización de boletines, conferencias y videos que abundan, parecen diseñados para demostrar que el gobierno no descansa.
Informar consiste en contar lo que se hizo o lo que se pretende hacer, y sirve para enterarnos de que algo ocurre, pero de ninguna manera nos dice por qué se tomó una decisión, cuánto costó ejecutarla o si realmente cumplió su objetivo, equivale a vender una casa recién pintada, sin permitir la revisión de los cimientos.
Rendir cuentas, en cambio, es abrir la puerta de la casa, mostrar documentos, cifras, procesos y resultados, implicando con ello transparencia para que la ciudadanía participe y sea un juez de su desempeño.
Así que consideramos que informar es meramente un gesto voluntario, mientras que rendir cuentas es un deber legal y ético, de una autoridad responsable y diáfana.
Existen algunos entes que se resisten a mantener primitivas y bárbaras acciones, recurriendo a costumbres rupestres para intentar borrar la delgada línea que separa y divide ambos conceptos.
Para ello acuden a la organización de magnas celebraciones, conciertos y vaquerías con invitados y artistas internacionales para acompañar informes, envolviéndolos con videos emotivos y estadísticas sin contexto, como si la emoción pudiera sustituir la transparencia.
Seamos claros y reiterativos: la rendición de cuentas no admite maquillaje: no basta presumir que se plantaron mil árboles si nadie sabe cuántos sobrevivieron, cuánto costaron y quién cobró por plantarlos, ese es el detalle diferencial.
Para nosotros los ciudadanos, no son suficientes las palabras bonitas, requerimos preguntar para saber: ¿qué se hizo?, ¿cómo?, ¿por qué?, ¿costo?, ¿resultados?, ¿quién lo hizo?, etc.
La diferencia entre ambas no es un tecnicismo, sino que representa la medida real de la calidad democrática participativa, ya que un gobierno que se limita a informar mantiene a la sociedad como espectadora pasiva, mientras que uno que rinde cuentas, la reconoce como protagonista.
Un informe técnico de 500 páginas, enterrado en un portal web obsoleto, sin resúmenes ejecutivos claros o formatos abiertos, es información técnicamente disponible, pero si ese informe es ilegible, incompleto, tardío o imposible de analizar críticamente, la rendición de cuentas brilla por su ausencia, revelándose como una verdadera farsa de transparencia, escrita con tinta soluble sobre papel mojado.
Si las autoridades creen que basta con decir lo que hacen, sin explicar cómo lo hacen ni someterse a la evaluación ciudadana, entonces todo queda protegido dentro de una vitrina de joyería, donde todo brilla y nada se toca.
Recordemos la frase de Abraham Lincoln: “Se puede engañar a todos algún tiempo, y a algunos todo el tiempo, pero no se puede engañar a todos todo el tiempo”.
Con lo anterior y teniendo técnicamente a la vista los plazos legales para hacer lo propio en los tres niveles de gobierno, debemos considerar primeramente que informar, es regularmente una cortesía ligera y legaloide, mientras que rendir cuentas, es una verdadera responsabilidad.
Informar se agota junto con el aplauso momentáneo de la caravana de lisonjeros ansiosos de mantener privilegios, publicaciones y entrevistas a modo, llenas de loas y expresiones de júbilo para el émulo de prócer, pagadas para la ocasión.
Rendir cuentas, construye legitimidad, y, sobre todo, no es un favor que el Estado concede, sino es un derecho fundamental de la ciudadanía.
Recordemos que, en política, la apariencia puede durar un rato, pero la verdad siempre llega con su correspondiente factura, y que aún entre los acordes estridentes que genera la música de los aplausos y los cantos de sirenas, al final, el negro fúnebre del silencio de los números duros, hacen que la historia termine premiando a quien eligió hablar con la verdad.
Corolario
“La autoridad que solo informa busca simpatía; la que rinde cuentas siembra confianza”
- Fotografía en portada de Kane Reinholdtsen a través de Unsplash.