Promesas, hipnotismo y olvido

“El arte de gobernar consiste en no dejar crecer el poder

hasta que ya no pueda ser controlado.”

— Montesquieu

En el escenario político contemporáneo, parece haberse perfeccionado una fórmula tan antigua como eficaz: prometer, hipnotizar y, finalmente, olvidar.

Candidatos y autoridades repiten la fórmula sin pudor, mientras los ciudadanos, víctimas de una mezcla de manipulación, desinformación y desesperanza, tienden a dejar pasar lo incumplido como si fuese parte natural del juego.

En este juego, lo más grave no es sólo el olvido, sino la resignación colectiva que permite su permanencia.

ASIENTOS.

Tres son los pilares que sostienen esta práctica:

  1. La Amnesia ciudadana, muchas veces inducida por el constante bombardeo de promesas nuevas que sepultan las anteriores,
  2. El Cerco que se levanta alrededor del poder, cerrando canales de acceso para exigir cuentas, y
  3. La Traición de los liderazgos intermedios, que, en vez de defender a los representados, actúan como cómplices de la simulación, convertidos en voceros de la narrativa oficial.

    Los artífices de la imagen pública, bien entrenados en técnicas de propaganda, replican patrones ideológicos preocupantes por lo que no es casual que se reconozcan en sus discursos y prácticas, elementos tomados del manual de Joseph Goebbels: repetir una mentira hasta que parezca verdad, crear enemigos comunes, y simplificar problemas complejos hasta el absurdo.

    Todo esto aderezado con actos cuidadosamente diseñados, con invitados escogidos, para aparentar consenso y respaldo popular.

    Así, los discursos se convierten en escenografías: luces, sonido, pantallas y frases altisonantes, en donde se reconoce un problema, pero se evita comprometerse con tiempos concretos, métodos verificables o fuentes de financiamiento.

    Mucho menos se mencionan mecanismos de control, ni se abre la puerta a la auditoría ciudadana, todo se reduce a una puesta en escena diseñada para generar expectativa y desde luego, olvido.

    Durante las campañas electorales, cualquier disparate parece válido, se promete sin límites ni vergüenza: puertos modernos, energía limpia, movilidad sustentable, seguridad absoluta, salud universal.

    Nadie se detiene a explicar el “cómo”. ¿De dónde saldrán los recursos? ¿Qué capacidades existen para gestionar? ¿Cuáles serán los tiempos reales de ejecución?

    Solamente silencio porque nada de eso importa, lo fundamental es el impacto inmediato, el aplauso fácil, la ilusión generada, luego, vendrá el velo del olvido.

    DEJADEZ.

    En ese trance hipnótico —el mismo que permite a muchos votar sin memoria y exigir sin consistencia— se pierden causas relevantes.

    Ejemplos hay de sobra: semáforos inteligentes, Zonas o Polos de Desarrollo, proyectos funcionales de energía limpia y constante, dragado de puertos, plataformas de movilidad sustentable, o el mantenimiento de infraestructura vial.

    Todos ellos ofrecidos con solemnidad y entusiasmo, todos ellos, sin excepción, desaparecidos en el fondo de un cajón, etiquetado como “Cajón del olvido institucional”.

    Pero nada de esto es casual, pues no se trata de ineficiencia pura, sino de una estrategia de poder:

    “Lo que no se ejecuta, no se audita. Lo que se olvida, no se reclama. Y quien se atreve a recordar, es marginado, tildado de conflictivo o simplemente borrado de las listas de confianza”

    En este contexto, lo verdaderamente revolucionario es, recordar, exigir, señalar y volver a preguntar para recuperar la memoria colectiva como herramienta política.

    De ahí que cobre especial relevancia la participación ciudadana activa, porque sólo desde ella se puede romper el encantamiento.

    Salir de la vasija en que se nos ha encerrado —como las viejas redomas de los alquimistas donde se guardaban secretos— implica una rebelión del pensamiento crítico.

    Eso exige mirar con otros ojos, hablar con otras voces, y dejar de aplaudir lo que no se cumple, implica romper el cristal y permitir que el aire entre, que la información circule y que los ciudadanos se conviertan en fiscalizadores y verdaderos beneficiarios.

    Por último, el fracaso de los actuales liderazgos es evidente, pues han sido rebasados por sus propias bases, incapaces de sostener la congruencia y rendidos ante las prebendas del poder.

    Los que en lugar de defender el mandato que se les confió, han optado por el silencio cómplice, la comodidad del servilismo y el abandono de toda ética representativa, por eso, ha llegado el momento de sacudir las estructuras, de reconstituir liderazgos genuinos, de fijar posturas claras frente a la simulación.

    El silencio social es el mejor aliado de la impunidad política, solo una ciudadanía que vigila, cuestiona y recuerda, puede desactivar el ciclo de manipulación.

    La única salida al ciclo de promesas rotas y olvido inducido es la memoria activa de una ciudadanía despierta, solo quien recuerda puede exigir y sólo quien exige puede transformar.

    A veces pareciera que las promesas de campaña se escriben con tinta invisible o con agua bendita, porque apenas ganan, ¡milagrosamente desaparecen!, y nosotros, como buenos feligreses del voto, terminamos rezando para que, al menos esta vez, algo se cumpla.

    Corolario.

    “La memoria colectiva no debe ser una reliquia, sino un arma viva contra el olvido oficial y la hipnosis discursiva del poder”.

    • Fotografía en portada de Szymon Fischer a través de Unsplash.