“El pueblo que quiere permanecer ignorante y libre,

quiere lo que nunca fue y nunca será”

Alexis de Tocqueville

Ante el visible deterioro y la pérdida de legitimidad de los partidos políticos, cada vez más centrados en intereses particulares, es conveniente exigir y reconfigurar su funcionalidad y participación en nuestro sistema político actual.

Tenemos que proponer con urgencia, el protagonismo activo de la sociedad civil como vía necesaria para superar el lastre institucional y revitalizar el tejido democrático.

En las democracias contemporáneas, los partidos políticos enfrentan una crisis de legitimidad, funcionalidad y aunque continúan siendo pilares del sistema, su incapacidad para representar adecuadamente las demandas sociales y canalizar las aspiraciones ciudadanas, los ha alejado de su razón de ser.

La ciudadanía percibe una desconexión creciente entre sus necesidades y la acción política, alimentando el desencanto y debilitando la confianza en las instituciones.

Los partidos muestran una notoria pérdida de capacidad programática y de gestión, es decir, de generar soluciones viables y ejecutarlas eficazmente, más aún, su compromiso con la representación se ve desplazado por la lucha descarnada por el poder.

Las campañas electorales, en lugar de nutrir el debate democrático, se transforman en campos de batalla ideológicos, donde los adversarios políticos son demonizados y la polarización se intensifica.

Como resultado, la ciudadanía se divide en tres grandes grupos: alineados, opositores y desencantados, lo cual profundiza la fragmentación social, dispersando la conformación de mayorías.

En una democracia funcional, los conductos entre representación y participación deberían fluir sin obstáculos, permitiendo una gobernanza legítima y efectiva.

Siendo el conflicto una parte inherente del sistema democrático, el problema no radica en su existencia, sino en la forma en que se gestiona, ya que hoy, los partidos actúan bajo incentivos que privilegian el acceso al poder por encima de la deliberación pública o la elaboración de políticas sólidas, debilitando su legitimidad y erosionando su capacidad de respuesta.

CONECTOR.

Frente a este escenario, se plantea la necesidad de introducir mecanismos efectivos de democracia directa (sin intermediarios), que devuelvan protagonismo a la ciudadanía.

Estos instrumentos pueden reducir la distancia entre representantes y representados, fortalecer la rendición de cuentas y enriquecer el debate público.

No se trata de una fantasía populista, sino de reconocer el papel activo de la sociedad en la vida democrática, tal como afirmó el filósofo y educador estadounidense John Dewey “la democracia empieza en la conversación”, y hoy, es urgente ser prácticos y ampliar esa conversación más allá de los márgenes partidistas.

Si bien el voto electoral es fundamental, no debe ser el único cauce de expresión ciudadana, ya que existen herramientas relegadas, como los referendos, las iniciativas populares o las asambleas ciudadanas, que bien podrían contribuir sustancialmente a la revitalización democrática.

Frente al argumento de que “la gente no está preparada”, cabe recordar que la exclusión sistemática de la ciudadanía ha contribuido al deterioro del sistema.

En muchos países, la activación de mecanismos participativos depende de la voluntad política de quienes ya ostentan el poder, lo que limita su efectividad y desvirtúa su propósito.

Las reformas adoptadas con intención democratizadora han tenido efectos limitados o incluso contraproducentes, reforzando inapropiadamente estructuras de poder existentes en lugar de empoderar a los sectores más vulnerables.

No basta con proponer nuevas reglas: se requiere transformar los incentivos que guían la conducta de los partidos y de sus líderes.

EMANCIPACIÓN.

La “despartidización” de ciertos espacios institucionales —como organismos autónomos de control o tribunales electorales— puede abrir nuevas oportunidades para actores altamente capacitados y comprometidos con el interés público, más allá de las filiaciones partidarias.

Fomentar la deliberación ciudadana en temas clave, como salud, infraestructura, educación, energía o seguridad, podría generar consensos más duraderos y legítimos, en donde las asambleas podrían elaborar propuestas que luego sean debatidas en las cámaras (alta y baja) y sometidas a referéndum, ampliando la base de participación.

Estas fórmulas no eliminan la necesidad de partidos, pero sí ofrecen un necesario complemento que puede fortalecer la democracia desde sus raíces.

Articular representación con participación no solo enriquece el discurso político, sino que mejora sustancialmente los resultados que la sociedad recibe, y eso es precisamente el espacio que debemos recuperar.

El debilitamiento y desgaste de los partidos políticos no debe llevarnos al escepticismo ni a la resignación, por el contrario, la innovación democrática a través de la participación ciudadana efectiva no sustituye la representación, pero puede sanarla, reformarla y actualizarla.

Si la democracia ha de sobrevivir a su crisis actual, es imprescindible construir un nuevo pacto ciudadano, donde el poder se entienda como servicio, y no como botín.

El reto no es menor.

Corolario:

“Participación ciudadana decidida para un gobierno fuerte, es impostergable”

  • Imagen en portada generada mediante IA.