Ciclovías sin destino
“La civilización avanza al ritmo de quien camina,
no de quien atropella”
— Iván Illich (Pensador austriaco)
Hay ciclovías que parecen diseñadas por quien nunca ha montado una bicicleta, y proyectos de movilidad que avanzan como si el GPS estuviera en modo “sálvese quien pueda”.
En muchas ciudades, la infraestructura para moverse se ha convertido en un laberinto de buenas intenciones mal ejecutadas, con ciclovías que terminan en banquetas, pasos peatonales que cruzan hacia la nada, y carriles exclusivos que excluyen al sentido común.
¿La causa? Una mezcla explosiva de presión política, oportunismo presupuestal y urbanismo de PowerPoint desde la comodidad de las oficinas. Se construye porque hay dinero, no porque hay necesidad, y se inaugura porque hay elecciones, no porque hay visión.
Han convertido a la movilidad en un simulacro de una coreografía de pintura sobre asfalto, que no conecta barrios, ni reduce emisiones, ni mejora vidas, solo decora.
Pero ojo, no se trata de estar en contra de las ciclovías, al contrario, se trata de exigir que tengan propósito, continuidad, seguridad y sentido, es decir, que no sean solo líneas coloreadas para la foto, sino redes pensadas para el ciudadano.
Porque cuando se improvisa, se pone en riesgo la hacienda pública y cuando se cede a presiones de grupos de facto —constructores, proveedores, operadores— se termina beneficiando a los que venden el proyecto, no a quienes lo usan.
PREMIADOS.
Aquí viene la vuelta o “giro” que nadie quiere pedalear: el caos actual no es accidente, sino consecuencia de decisiones tomadas en salas donde el casco era opcional, pero el contrato con “retorno” obligatorio, y funcionarios que confundieron movilidad con rentabilidad particular, al igual de empresas que vieron la ciudad no como un espacio común, sino como un jugoso botín compartido.
Los beneficiarios del desastre, a menudo ocultos tras siglas, fuero o migración partidista y discursos de sustentabilidad, son los que cobraron por ciclovías inutilizadas, estudios de impacto sin impacto, y señalética vendida como arte. Hoy, con aire de expertos, ofrecen “soluciones” para arreglar lo que ellos mismos descompusieron.
Mientras tanto, la ciudad paga y sufre con tráfico, accidentes, frustración y molestias provocando que el ciudadano pedalee entre obstáculos, como si la movilidad fuera una prueba de fe.
Lo más difícil no es diseñar una ciclovía funcional, sino resistir la presión por atajos, la tentación de soluciones impropias y proyectos sin propósito social, y así dejar de permitir obras mal planteadas.
Resistir es necesario, porque cada metro de ciclovía mal hecha, no solo cuesta dinero, cuesta confianza, al igual que cada glorieta que nadie pidió, pero todos pagaron, resulta un monumento al ego, con presupuesto público y un develamiento de sus obscuros negocios.
Hace falta más gente que se atreva a decir: “esto no tiene pies ni ruedas”, es preciso que se entienda que la movilidad no se mide en kilómetros pintados, sino en trayectos seguros, útiles y usados, y que se prefiera una banqueta bien hecha a una ciclovía de mármol que termina en un muro.
Porque a veces lo más revolucionario es frenar, y lo más valiente, no construir.
SALIDAS.
Varias, y urgentes.
- Partir de datos verdaderos, reales, certificados y a la vista: flujos, necesidades, hábitos, nada de ocurrencias ni de “esto se ve bonito”
- Escuchar a quienes sí se mueven: peatones, ciclistas, usuarios del transporte público. No solo a quienes llegan en camioneta blindada a cortar el listón.
- Evaluaciones del impacto antes, durante y después, y sino funciona, que se corrija. No que se maquille con jardineras y hashtags.
También hace falta algo de humor, porque hay ciclovías que parecen diseñadas por alguien con rencor hacia los ciclistas, como esa que cruza avenidas sin semáforo, o serpentea entre postes, árboles y puestos de marquesitas, más que movilidad, parece prueba olímpica.
La movilidad no es un lujo, es un derecho y las ciclovías no son decoración urbana, son arterias de equidad, pero para que funcionen, deben pensarse como sistema, no como ocurrencia.
Si no hay continuidad, no hay movilidad, si no hay seguridad, no hay acceso y si no hay propósito, no hay progreso.
Necesitamos una movilidad con brújula, que conecte, proteja y transforme, para que cada ciclovía sea parte de una red coherente, segura, útil, y que cada proyecto se evalúe con rigor, se corrija con humildad y se defienda con evidencia, además de que los responsables del caos respondan, y que los ciudadanos recuperen el derecho a moverse con dignidad, porque moverse bien no es solo avanzar: es avanzar juntos.
Corolario.
“No más ciclovías sin destino, que la ciudad se pedalee con sentido”
- Fotografía en poortada de Tommaso Pecchioli a través de Unsplash.