“Después de perdido el partido,

todos entrenadores”

—Refrán popular.

 

Convencidos de que el progreso real se construye desde cada trinchera, en nuestro caso, la de la Infraestructura y el Desarrollo Urbano Sustentable, asumimos que compartir nuestras opiniones y experiencias no es un lujo, sino una obligación.

No pretendemos exclusividad ni arrogarnos un derecho que pertenece a todos: el de manifestar ideas sobre asuntos de interés público, pero sí subrayamos que, cuando el tema es colectivo, el silencio no es prudencia, es omisión.

La autoridad necesita escuchar lo que viven y sienten los usuarios, y también contar con análisis técnicos, económicos y sociales serios, imparciales y transparentes, realizados por entidades autónomas para que pueda contrastar realidades y exponerlas a la vista de todos.

La experiencia enseña que nuestra natural inclinación al optimismo nos ha vuelto, más de una vez, presa de campañas mediáticas y discursos brillantes que encubren fallos inevitables de negocios turbios para los cuales, cuando llega la debacle, nadie asume culpas, porque “todos estaban enterados” y, según ellos, no hubo engaño.

Exhibir datos sólidos ayuda a contener intereses maliciosos y propuestas codiciosas, esas que se disfrazan de solución pero responden a agendas inconfesables, permitiendo también resistir la presión de una opinión pública vulnerable y dócil al sesgo retrospectivo —el famoso “a toro pasado”—, muy fácil de manipular por capos y grupos de facto.

SEMEJANZAS.

En una misión por África, recorrimos el río Zambeze, frontera natural entre Zambia y Zimbabue el cual es hogar de hipopótamos, criaturas que, pese a su piel gruesa, tienen una sensibilidad extrema, lo que los obliga a permanecer sumergidos de día y salir de noche a alimentarse.

La analogía es inevitable: nuestro sistema de movilidad se parece a ese hipopótamo al estar sumergido y silencioso bajo la luz pública, pero activo y voraz en la oscuridad, donde se toman decisiones sin rendir cuentas y se matiza lo ocurrido, para que todo parezca menos grave o para beneficiar a los mismos de siempre.

Ese clima ha dado pie a la aparición de “expertos opinadores”, algunos incluso vaticinando la desaparición del sistema como si portaran el petate del muerto, lo cual es una verdadera falacia, porque lo que se necesita es claro:

  1. Explicar por qué no funciona.
  2. Señalar a los responsables.
  3. Proceder conforme a derecho,
  4. Reponer lo que no funciona,

y nada de esto implica regresar al sistema obsoleto anterior.

Lo evidente es que se instaló un sistema de movilidad a través de sofismas, con prisa, sin estudios que demostraran su sostenibilidad y si tales estudios existen, deben mostrarse, de lo contrario, lo único que sí presumiríamos que hubo —y en abundancia— serían billetes verdes, procedimientos turbios y corrupción.

 A eso, con elegancia, algunos llaman “retornos” mientras en el arrabal, seguimos diciéndoles “moches”.

ALUCINACIONES.

A veces, nuestra memoria nos juega la misma mala pasada que en el cine: sabemos que Freddy Krueger está en el armario, pero el protagonista insiste en abrirlo, y del mismo modo, nos indignamos con lo que sabíamos que venía, pero igual caímos en el garlito.

Optimismo y pesimismo son nefastos consejeros si se trata de evaluar riesgos, al que se suman otros errores, como la “paradoja del bronce”, referida a que los medallistas de bronce suelen estar más contentos que los de plata, porque comparan su suerte con quienes no ganaron nada, mientras los de plata se lamentan por no haber alcanzado el oro.

En movilidad pasa lo mismo, nos quieren asustar con la idea de regresar a camiones viejos y contaminantes.

¡Es un truco!, y está diseñado para que aceptemos cualquier otra opción “menos mala” que nos ofrezcan.

Nuestro cerebro, imperfecto al decidir, necesita información útil para evitar valoraciones distorsionadas y poder concluir, si el sistema se creó para resolver un problema real de movilidad, o para resolver urgencias económicas de quienes vendieron espejitos y compraron camioncitos azules.

En toda crisis, el presente sangra y el pasado se idealiza, así de repente, el conflicto de movilidad que hoy vivimos, no puede ser reinterpretado por quienes de pronto, se presentan como pensantes nostálgicos, invocando una era que, si la observamos con atención, tenía más de Freddy Krueger que de progreso.

Esos recuerdos, a menudo distorsionados, ocultan realidades más oscuras que minaban el verdadero progreso, así que reflexionemos críticamente en lugar de buscar refugio en mitos que no nos harán avanzar.

Solo así podremos construir un futuro más consciente y auténtico, donde el progreso sea medido no por la añoranza de lo perdido, sino por la valentía de enfrentar y transformar nuestras realidades actuales.

Corolario.

“La transparencia ilumina la verdad haciéndola irrefutable”

  • Fotografía en portada de Simon Infanger a través de Unsplash.