Al igual que las personas, las asociaciones enfrentan distintas etapas en su vida, tienen sus tiempos de prosperidad y también deben hacer frente a distintas crisis, con el aumento del número de miembros y complejidad, estas pueden llegar a ser más difíciles, e incluso de ciclos más vertiginosos. Sin olvidar que, al igual que las personas, estas si no se renuevan, van envejeciendo, lo que ocasiona un acrecentamiento de las dificultades por librar. Una de las más comunes es consolidar, pero sobre todo, mantener la unidad hacia su interior.
Fomentar la unidad al interior de una asociación, especialmente cuando enfrenta crisis o divisiones internas, requiere un enfoque estratégico, humano y sostenido. No es suficiente con pregonarlo y esperar que suceda, se debe de provocar, mediante la confianza mutua y participación activa de todos los miembros de la asociación, promoviendo una cultura de colaboración, respeto y propósitos compartidos.
Para ello, un buen comienzo debe ser la comunicación clara, constante y bidireccional. Que se utilice para compartir abiertamente las decisiones, logros, problemas y desafíos, generando transparencia en la gestión diaria, creando los espacios de diálogo requeridos para reunirse periódicamente y escuchar las inquietudes y propuestas de todos los sectores que integran a la asociación. En otras palabras, diseñar los canales necesarios y efectivos de comunicación.
En esa gestión diaria y comunicación efectiva debemos asegurarnos que todos se sientan respetados y escuchados. Abrir la participación en comisiones y grupos de trabajo para que más miembros se involucren en los temas que les interesa, y para aquellos más tímidos que nunca participan, hacer la invitación personal que los anime a participar. Rotando los cargos en estas comisiones y grupos de trabajo para evitar el estancamiento, cofradías internas, conflictos de interés y promover la renovación de ideas.
Esto además tendría un objetivo superior que sería el fomento al sentido de pertenencia, el cuál además se puede reforzar al renovar la identidad común de la asociación, consensuando la actualización de la misión, visión y valores que los unen. Por supuesto que los eventos de integración como reuniones sociales, celebraciones y actividades colaborativas son indispensables, pero de nada sirve llevar un convivio después de cada asamblea si la cabeza del grupo no asiste a él, poco a poco los demás integrantes de su consejo lo seguirán y con ellos el resto de los miembros.
La valoración pública de las aportaciones a sus miembros mediante la entrega de reconocimientos consensuados, sustentados y gestionados correctamente es otra forma de fomentar el sentido de pertenencia, sin embargo, el citar a un miembro y a su familia a un evento magno para la entrega de una presea y en última hora cancelar los planes sin previo aviso no abona en nada a la organización.
Como hemos argumentado anteriormente, todas las organizaciones enfrentan conflictos internos, y si bien es cierto no se puede anticipar a cada uno de ellos, si se puede estar preparado mediante protocolos de mediación de conflictos previamente establecidos en los documentos básicos de la asociación, que incluyan a terceros neutrales que funcionen como mediadores y facilitadores cuando sea necesario; pero además, fomentando la empatía al interior del grupo con actividades o talleres que ayuden a ver el punto de vista de los demás miembros.
Eso nos lleva a reforzar la formación y desarrollo de los miembros, un tema ya tratado arduamente en distintas ocasiones en este blog, con capacitación interna que fomente el liderazgo, la comunicación, manejo de conflictos, etc, y sí, de nuevo, gestionar las relaciones intergeneracionales o entre miembros con diferentes trayectorias mediante mentorías, no solamente para fortalecer vínculos, sino también para rotar y refrescar liderazgos con la participación joven de la organización.
Recordemos que una de las mayores fuerzas que unen a las personas son las causas comunes. Cuando se tiene un rumbo claro y una visión precisa de lo que se quiere lograr, los grupos se consolidan y fortalecen, y una forma de avanzar en ese punto es mediante proyectos comunes y metas compartidas, con objetivos claros y alcanzables, en el que todos comprendan su rol en el éxito colectivo, y por supuesto, celebrando cada logro, incluso los pequeños, para reforzar el trabajo en equipo y la motivación.
Para todo lo anterior debemos diseñar un plan estratégico dinámico que incluya evaluaciones periódicas y mejora continua, con indicadores de éxito que nos permita conocer el estado de avance en el trabajo de unidad y nos permita adaptarnos a las nuevas realidades internas y externas que vayan surgiendo.
Pero también, todo lo anterior no cobrará sentido sin un liderazgo real, que sea inclusivo, ético y a la altura de los retos, que escuche y represente a los diversos actores de la asociación, involucre a más personas en la toma de decisiones y responsabilidades, pero sobre todo, que sea un ejemplo personal, que actúe con coherencia y ética para generar confianza y modelo a seguir para los más jóvenes.
La unidad no se impone, se construye con confianza, participación, empatía y propósitos compartidos. No basta decretarlo a palabras perdidas, se trabaja en el día a día.
- Fotografía en portada de Marija Zaric a través de Unsplash.