“Un líder es aquel que conoce el camino, hace el camino y muestra el camino”

John C. Maxwell

Hoy en día, en nuestras sociedades cada vez más complejas, dentro de un mundo cambiante y en constante evolución, todo equipo de trabajo u organización de cualquier tipo requiere indiscutiblemente de un líder, una persona que encabece las acciones y directrices que darán forma, sentido y rumbo a los grupos, y, ya sea en lo individual o al conjunto en general, logre sacar lo mejor de sus iguales, de sus compañeros de equipo y de todos los que integran su organización.

Lograr trazar una estrategia, con visión, previendo las adversidades que pudieran presentarse, y organizar a un equipo de trabajo para lograr objetivos en específico, no es cualquier cosa, y se requiere de análisis, innovación y creatividad. Pero para poder influir en los distintos integrantes de su grupo, motivarlos y guiarlos en la consecución de los objetivos plasmados en el plan de trabajo inicialmente trazado, se requiere de ciertas habilidades blandas que en resumen podríamos llamarlas en su conjunto como liderazgo.

En principio, liderazgo pudiese parecer un término abstracto y sujeto a la subjetividad de cada persona, pero en la experiencia, al hablar de un líder, la gran mayoría coincidimos al momento de definir sus características; este debe tener una visión clara tanto de lo que deseamos lograr como de las adversidades por llegar, no solo con una motivación personal, sino además, que logre motivar a su equipo y genere entusiasmo por los objetivos comunes, manteniendo la comunicación efectiva y constante entre su equipo y todo el grupo que se está guiando, mostrando empatía ante las necesidades y perspectivas de todos los actores, con una adaptabilidad y resiliencia que le permitan sobreponerse a todos los cambios y aprender de los tropiezos que en la búsqueda de los objetivos comunes se presenten, todo ello para poder tomar decisiones a tiempo, informado y basado en hechos y principios éticos que fomenta la organización que guía, por más difíciles o impopulares que pudiesen parecer.

Perdidos en el caos

Fotografía por Nikko Macaspac a través de Unsplash.

La ausencia (falla) de un líder en un grupo puede derivar en distintas consecuencias, dependiendo de la naturaleza del grupo, dinámica, estructura, recursos o idiosincrasia. Un grupo enfrentará más o menos dificultades en la medida que dependa de ese liderazgo para la toma de decisiones, y los distintos miembros del grupo asumirán más o menos responsabilidades y trabajaran de manera más autónoma con el fin de lograr las metas y objetivos trazados, de nuevo, depende de la naturaleza del grupo u organización que se esté guiando y la dependencia de una figura central para lograrlo.

Algunas posibles consecuencias que tendrán los miembros de ese grupo u organización ante la ausencia de un liderazgo pueden ser la desorganización y falta de dirección, confusión de roles, disminución de la motivación, aumento de conflictos, estancamiento, pérdida de confianza y respeto, caos, pero también mayor autonomía y, como en todas las crisis, surgirán oportunidades, tanto de crecimiento como de liderazgo compartido.

Ante el caos la suplencia del liderazgo puede ser un arma de dos filos, todo depende de la estructura del grupo u organización, entre los riesgos de una suplencia de liderazgo promovida por el caos podemos identificar dos muy peligrosas.

La primera de ellas es la proliferación de los líderes emergentes, usualmente protagonizados por los más cercanos al líder, a quienes se les hace más fácil la crítica por la cercanía y acceso a la información con la que cuentan por encima de los demás, es cuando coloquialmente decimos “le crecieron los enanos”, sin embargo, debido a esa misma cercanía, usualmente terminan cometiendo los mismos errores.

La segunda es la llegada de externos para asumir el liderazgo, o un recién llegado con poca experiencia en la organización, que asuma la posición de liderazgo. Esto es muy común en grupos u organizaciones desmotivadas y con miembros apáticos que prefieren depender de otro y solo quejarse ante la falta de resultados.

Retomando el timón

Fotografía por Orbtal Media a través de Unsplash.

Para evitar improvisaciones, desgracias y conflictos, lo mejor es contar con una estructura sólida en nuestro grupo u organización, con responsabilidades y roles definidos, disponibilidad de personas con las habilidades necesarias para un liderazgo adecuado a las necesidades específicas de nuestra organización, y con procesos claros para la sucesión y toma de decisiones ante la ausencia de un líder o ante la renovación natural de este.

La ausencia de un líder no significa necesariamente el colapso de un grupo. Puede dar lugar a nuevas dinámicas de liderazgo, como los líderes informales, liderazgo compartido, o la toma de decisiones colaborativa. Sin embargo, también puede ser un desafío, ya que la falta de una figura central de autoridad puede generar confusión o desacuerdos.

No es recomendable que la cabeza de un grupo carezca de las características de un líder, ya que estas cualidades son esenciales para guiar al equipo hacia el cumplimiento de objetivos y para fomentar un ambiente de trabajo eficiente y armonioso. La figura del líder, independientemente de su estilo, es crucial para establecer una visión clara, motivar a los miembros y tomar decisiones clave. Pero también es igualmente crucial la formación de futuros líderes al interior de cada grupo, con capacitación y desarrollo, que estimulen el crecimiento de las habilidades de liderazgo requeridas por el grupo, integrándolos a las distintas funciones de la organización, para que se formen dentro de las estructuras establecidas y conozcan su funcionamiento, se integren a lo grupos de trabajo e incluso creen los propios, conozcan y respeten estatuto, reglamentos y acuerdos previamente establecidos, delegándoles funciones que los hagan sentir parte de la organización y se sientan seguros bajo la mentoría de los decanos del grupo.

  • Fotografía en portada por Ethan Sykes a través de Unsplash.